martes, 8 de mayo de 2012

Sirenas

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                                                                           Sirenas


                                                              Las mil y una cosas


En el año 558 de nuestra era se capturó en Belfasi Lough
(Irlanda del Norte) una sirena, cuya vida había sido insólita. Trescientos años antes fue una muchachita llamada Liban que
con toda su familia desapareció bajo las aguas en una inundación. Al cabo de un año de vida en un lago quedó convertida en
sirena.
Un día que cantaba bajo las ondas se dio a conocer. La
oyeron casuasmente un grupo de pescadores que se adentraron a remo en el interior del lago y la prendieron en su roca. Le
dieron el nombre de Murgen, que significa «nacida en el mar» y la colocaron en una enorme pecera para que todo el mundo pudiese
contemplarla. Se la bautizó y desde el día de su muerte todos la llamaron «Santa Murgen» y le agradecían infinidad de milagros.


En 1403 otra sirena se debatía en un bajo fondo cerca
Lic Édam, al oeste de Frisia. Según un relato del siglo XVII, acudieron en su ayuda las mujeres del lugar que «la limpiaron
quitándole el musgo marino que tenía adherido», jamás pudo aprender a hablar, pero vivió aún 15 años y a su muerte recibió
cristiana sepultura en el cementerio de la villa.
En la isla sagrada de Iona, frente a las costas de Escocia,
vivía un santo muy conocido a quien visitaba diariamente una hermosa sirena. Estaba enamorada de él y quería conseguir a toda
costa el alma de que carecen las sirenas.
El santo le dijo que para obtener un alma tenía que renunciar
al mar. Aquello era imposible, por lo que, desesperada la sirena, se marchó para no volver jamás. Pero sus lágrimas quedaron
allí y son hoy los verdes y. bellos guijarros que sólo existen en aquella isla.

Las sirenas aparecen en las más remotas leyendas de algunas
de las culturas más antiguas. Los filisteos y los babilonios de la Biblia adoraban a dioses con cola de pez.

También aparecen sirenas en las monedas fenicias y corintias.
Se dice que Alejandro Magno tuvo aventuras amorosas con bellísimas sirenas, cuando exploraba el fondo de los mares en un globo
de cristal. El escritor latino Plinio cuenta que un capitán de César Augusto vio en una playa de las Galias muchas sirenas
arrojadas por el mar, muertas sobre la arena.
Los relatos sobre sirenas, de tradición popular, son con
frecuencia patéticos. Las infelices sirenas viven solitarias y en determinadas noches adoptan figura humana para acudir a
los festejos del pueblo. A veces un desaprensivo logra apoderarse de su tocado o ceñidor encantados con funestas consecuencias.

Sus matrimonios con hombres pocas veces resultan felices.
No obstante, en Inglaterra algunas gentes de la costa, especialmente del noroeste de Escocia y de Cornualles, se gloriaban
de tener sirenas entre sus antepasados.

En Francia, durante la Edad Media, hubo familias distinguidas
que «retocaron» sus árboles genealógicos para alegar que descendían de la sirena Melusina, esposa de Raymond, pariente del
conde de Poitiers.

Pero también estos amores tuvieron un fin trágico. Una
de las estipulaciones matrimoniales especificaba que Raymond había de separarse de Muselina los sábados. Durante varios años
vivieron felices hasta que Raymond, impulsado por las murmuraciones, espió cierto sábado a su mujer por el ojo de la cerradura
cuando tomaba su baño.

Melusina se hallaba en el agua y lucía una imponente cola
de pez. Al verse descubierta, gritó desesperada y huyó por las celosías. Raymond jamás la volvió a ver, a pesar de que volvía
cada noche para dar de mamar a sus hijos. Las nodrizas veían su figura resplandeciente con una cola escamosa azul y blanca,
que se cernía sobre las cunas.

Algunos marineros procedentes de tierras y mares lejanos,
afirmaban con frecuencia haber visto sirenas y “esposas del mar”. En 1717 se publicó en Amsterdam una obra con
abundantes ilustraciones sobre la vida marina en los mares indostánicos. En ella se describe con detalle a una “esposa
del mar”, Dice así: «Esposa marina: monstruo parecido a una sirena, capturado cerca de la isla de Borneo, en el departamento
de Ambione. Medía 1,49 metros de longitud. Vivió cuatro días y siete horas en un recipiente con agua. De vez en cuando lanzaba
pequeños chillidos parecidos a los de un ratón. Se negó a comer aun cuando se le dieron pececillos, caracoles, cangrejos,
langostas, etc.»
Dicha criatura tenía cabello color de alga, piel olivácea
y membranas del mismo color entre los dedos. Ceñía el talle con fina franja de pelo anaranjado y bordes azules. Tenía aletas
verdes y rostro gris. Una delicada crin de cabellos rosados corría a lo largo de su cola.

En el siglo XIV, cierto africano logró salar su vida simulando
tener naturaleza de sirena. Fue el rey Chen, cacique de Benín (hoy parte de Nigeria), que quedó paralítico.

Según la costumbre de su tribu, los reyes que envejecían
y enfermaban eran sentenciados a muerte. Pero el astuto monarca declaró ser la reencarnación de una divinidad de los mares
y tener las extremidades del amia, o pez del fango. Con tal excusa no se veía obligado a andar y ocultaba sus piernas. Museo
Británico de Londres, una estatua le representa de este modo.

Quizás el más pingüe de los negocios, basado en el mito
de las sirenas, fue realizado hacia 1830 por un taxidermista de Londres. Disecó una piel horrible que afirmaba haber pertenecido
a un ser mitad pez mitad persona. Fue expuesta en un local de Londres y vendida a dos italianos por 10.000 libras esterlinas.
Un naturalista de entonces declaró que se trataba de las pieles cosidas de un mono y de un pez.

Esta mezcla de mono y pez fue también la base de un tráfico
floreciente de sirenas con que algunos pescadores japoneses se lucraron en el siglo pasado. A Europa llegaban numerosos ejemplares
para ser exhibidos en circos y ferias.

La leyenda de las sirenas se remonta seguramente hasta
las civilizaciones primitivas, con sus dioses de cola escamosa. Pero su fundamento parece estar en algunos animales marinos
de cierta apariencia humana, que exaltaron la imaginación de los antiguos.

El dugong y el manatí, mamíferos marinos tropicales, emergen
de las aguas cuando amamantan a sus crías. Ello evoca fácilmente el tema de la sirena que alimenta a su hijo.

Él león marino, que vivé en zonas más frías, gusta de
tomar el sol sobre las rocas, mientras lanza extraños chillidos.

Credulidad, imaginación, falsa apreciación… sea cual
fuere su origen, el mito de lo sirena quizá no haya muerto. En 1961 la oficina de turismo de Manx (Gran Bretaña) ofreció un
premio a quien trajera del mar una sirena por supuesto, viva y coleando.

Las Mujeres Marinas cuidan el hogar, protegen
los niños y los animales y se deleitan en admirar los tesoros coleccionados procedentes de los naufragios. Su actitud favorita,
sin embargo, es el seducir a hombres jóvenes, ya que sus maridos son de avanzada edad y feos, mientras que ellas siempre permanecen
jóvenes y bellas. Persiguen a los marineros mozos en los barcos durante larguísimas travesías. Despliegan sus largas cabelleras,
que son de color verde en el agua y rubio de oro al sol. Los llaman con voces dulces y suaves que pueden hechizar a cualquier
hombre, incluso al viento, a los peces y al mar. Con tenacidad insisten hasta llevarlos a sus lechos en el fondo del mar.
Luego los dejan marchar obsequiándoles con ricas ofrendas, o los retienen prisioneros durante años hasta que se aburren de
ellos.




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